jueves, 1 de julio de 2010

Urgencias

El discurrir de los pacientes en sala de urgencias me arrastra a un axioma en mi discreto entendimiento de la condición humana; a medida que nos acercamos a la muerte o nos enfrentamos a situaciones de enfermedad de mayor o menos valía (vale decir que mi resfriado suele ser más importante que tu cáncer), nos brota un flujo de emociones tal que nos homogeniza en nuestra esencia, y acá o allá, la gente enferma hace y busca lo mismo. Ahora, lo que encuentra... ahí es cuando nos acercamos al abismo.
Podemos pretender minimizar el problema, pero no debemos; la plata hace diferencia, una muy sensible y significativa diferencia. No hablo del paciente, no esta vez. Hablo del presupuesto que el estado destina a la salud.
Hoy llego un tipo traído por una ambulancia sin acompañante alguno con un aliento etílico que podría fácilmente confundirse con un vertedero de mosto de un alambique clandestino de Lurigancho. Borracho como una uva no traía más identidicación que una tarjeta de crédito en el bolsillo (no carnet de seguro social ni de identificación), dormía profundamente, absolutamente ajeno al problema que originó para todos.
En breve estaba medicado y con un monitor al lado, con analítica completa y en espera para una tomografía porque alguien deslizó la posibilidad de un golpe en la cabeza.
Le quitaron los zapatos y tenía una pasta de mugre entre los dedos que espantaba a las moscas; todo el personal horrorizado. En el fondo sentí algo de vergüenza de que en mi país esa peste podía ser un perfume floral en comparación al engrudo de humores descongelados durante al descenso hacia la costa de algunos pacientes.
Al final se le paso la borrachera, recogió sus pertenencias (que fueron resguardadas por un custodio) y se fue a sufrir la resaca en casa (o quizá a cortarla por ahí, porque acá en Santander hay un bar cada 3 casa).
El hecho es que el factor diferencial no fue la capacidad del médico, a quien tuve que recordarle que le clave algo de tiamina para que en el futuro no pueda justificar las mentiras a su mujer con un síndrome de Korsakov. La diferencia fue la plata: sistema asistencial para socorrerlo en la calle, espacio en emergencia para recibirlo, insumos para estudiarlo y tratarlo, y ni que se diga de las mínimas trabas burocráticas, que con 3 papeles de rutina se acabó el asunto.
De que estamos jodidos en el Perú, eso ya no lo duda nadie, que si la mierda valiera algo, ya estriamos naciendo sin culo; pero es triste abrir los ojos al hecho de que hay un mundo mejor que no es muy diferente al nuestro, pero donde, al parecer, la gente de a pie si es importante.

3 comentarios:

  1. Efectivamente, las diferencias cruzando el charco en el sistema de salud son abismales...sin embargo es de esperarse que ante esta crisis económica mundial, en algún momento el sistema de salud español - que hasta ahora parece ajeno a tanta mirada incrédula - tenga que sufrir algún recorte o colapse por tanto despilfarro que a veces se comete. Es tan válido como defender la tercera ley de Newton.

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  2. por cierto, te reitero mi invitación a ti y a todos tus visitantes a visitar y comentar mi blog jejeje:
    http://www.eldoctorcantor.blogspot.com/

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  3. Justo acabo de botar de la emergencia a un tequeado por pezuñento.
    Habrase visto.

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