jueves, 26 de agosto de 2010

Los anónimos



Todo el mundo tiene derecho a opinar, a manejar su perspectiva del mundo. Los anónimos, sin embargo, son el comentario que no espera respuesta ya que carece en su escecia de personalidad. Pretende ser parte del entorno gritando desde la tribuna creyéndose la voz del pueblo, pero es la voz de nadie. Intenta ser ronca y viril, pero destila cobardía y vileza. El anónimo escribe en los baños poesías que le salen del culo, para que la voz no se les quiebre en su proclamas; esgrimen la bosta como carboncillo y delinean sus propios retratos en las paredes inmundas.
En la historia hay cantares anónimos, y anónimas epístolas del oprimido gritando libertad. Hay anónimas crónicas de cronistas cuya identidad se perdió en el tiempo, y aquellos cuyo nombre les fue arrancado por celo o envidia también los hay.
Pero aquellos que eligen al camino de la sombra para escupir a los transeúntes desde el balcón son los que abundan, los que opinan, los que juzgan. Los que creen entender, los que creen saber y sin embargo, son solo ese pedo que alguien se tira en el fondo del salón para que el resto se ría.

miércoles, 18 de agosto de 2010

El pajaro


Salí de casa por la tarde en mi recorrido habitual por la Calle Alta hacia Cuatro Caminos, cuando de súbito veo un pajarito amarillo haciendo torpes intentos por volar y dando brincos menudos en la calzada.
La curiosidad me arrastró hacia él, que me miraba de lejos y me evitaba sitemáticamente. Yo tomé una postura felina, y medio agazapado, me acerqué sigiloso al bicho que sorprendentemente permaneció estático.
Me dejó acercarme más de lo que esperaba, me percaté que traía una laminilla verde cifrada con un código sujeta a su pata izquierda que daba cuenta de su fina estirpe.
Nos observamos fijamente el uno al otro; me veía con curiosidad y sin sobresalto, escrutándome el alma con sus ojos redondos de niño, veía con parsimonia todo aquello que oculto y, haciendo gala de una instintiva sabiduría, evitó en todo momento emitir juicio o comentario alguno.
Me produjo una honda ternura como esa diminuta criatura se alzaba de pie con su magnifico plumaje dorado altivo y desafiante, y sin embargo destilando una pueril candidez ante la alimaña malintencionada que tenia al frente que le superaba en peso cientos de veces.
Supe de antemano que no iba a vivir mucho fuera de su cautiverio; gracias al egoísmo que lleva el hombre mancornado en el alma, incapaz de conformarse con disfrutar del eventual canto matutino y el momentáneo transitar entre la tierra y el firmamento de una criatura del cielo, obligandolas a pasar su existencia en pequeñas prisiones ornadas con filigranas de hipocresía, exhibidas y eventualmente ignoradas; sus alas pierden fuerzas y sus instintos se amainan, haciéndolas dependientes de sus carceleros.
Me acerqué un par de pasos más hacía el canario y le ofrecí mi índice doblado como un gancho, invitándolo a abordarlo como lo hacen los loros para llevarlo de nuevo a su mazmorra. El pájaro astuto intuyó mis intenciones y optó vender cara su libertad. Dio un par de saltos para impulsarse hacia su vuelo rasante al suelo en dirección de la acera de momento muy transitada; en pocos segundos y a través de un claro entre el denso tráfico vi al polluelo tumbado en el pavimento.
Muchas circunstancias en la vida hacen del corazón una enorme cicatriz roja y paliptante; te hacen contemplativo y acorazado, poco dado a entregar afecto y receloso de recibirlo, pero de pie junto al cadáver del canario me sentí sobrecogido por una extraña tristeza y una infinita sensación de soledad. Y es que, desde mi arribo a estas tierras, este fugaz contacto con otro ser vivo es de lejos el más profundo, sincero e íntimo que he tenido; y una de las expresiones más colosales de un absoluto e intransigible amor por la libertad.

sábado, 14 de agosto de 2010

El amor...

Ají limo


Hace un par de días salí de casa dejando antes comida congelada volviendo a la vida en el microondas. Salí de casa en busca de un ají limo. No soy amante del picante en la comida, sin embargo muchos de los platos de casa usan en pequeñas cantidades ají como condimento, que con una pizca de nostalgia pueden convertirse en ambrosía. Hurgando en mi memoria fui en busca de una tienda cuya dirección había perdido en un mandil del hospital.
Meses atrás atendí a un compatriota en consultorio de urgencias, quien acudió a la consulta por una molesto problema ahí por donde el ser humano suele dar lo mejor de sí. Tras ser intervenido por un cirujano y volver a cagar sino con placer quizá con satisfacción, supongo que este hombre me tendría en sus oraciones. El destino decidió que nos encontremos de nuevo, afortunadamente para mi, con un buen recuerdo de por medio. Nos reconocimos de inmediato, quizá en el Perú hubiese sido fácil de olvidar esa cara, pero por acá la combinación de piel morena con un menudo y abundante pelambre cano, metro y medio de estatura, panza de trillizos y sonrisa campechana no pasan desapercibidos.
Luego de intercambio de saludos y la presentación con otro peruano con quien se estaba hidratando en un escaño del Paseo Burgos tuvo a bien mostrarme donde me podrían dispensar la tan ansiada especia. Llegamos al establecimiento, pero el tendero colombiano andaba desabastecido de ajíes (por acá se te hace evidente que las diferencias entre nuestro vecinos sudamericanos se diluyen en un mar de coincidencias) por lo cual, y aceptando la generosa invitación de mi nuevo amigo, fui a almorzar su casa.
Ya en su departamento me mostró orgulloso una ostentosa ruma de latas de cerveza, destinadas al comercio clandestino (se necesita permiso para cualquier actividad lucrativa). Me senté a la mesa con otros dos comensales amigos de mi anfitrión. Se desempeñaba uno como guardia de seguridad y otro andaba "en el paro", frase con que se entiende que se está sin trabajo y se vive a expensas del gobierno.
Oí historias de alegres y tristes de gente que busca tener algo más que nada, de ladrones timadores a quienes por desesperación o inocencia terminaron sucumbiendo, de trabajadores que salen adelante luego de decidir no mirar hacia atrás, gente que sale de su patria pero que no logra sacarse a la patria de adentro, historias de amores frustrados que por pudor se contaban a medias, historias de resignación al destino de quien vive convencido de portar un estigma étnico, social y cultural; y es que estos comensales no estaban rotos pero si cuarteados, compartían sus soledades y aturdían sus añoranzas en una lata de cerveza.
Las viandas llegaron a la mesa con olor a barrio, a loza deportiva con parlante chichero, a callejón de un solo caño y que me saquen un buen cajón. No puedo describir el placer que me produjo ese pollo frito macerado en hierbas, ajies y nostalgias. Antes de despedirme, mi anfitrión me regaló una bolsa llena de ajíes congelados. Yo a cambio me comprometí a publicitar los frutos de esas manos bendecidas.

lunes, 9 de agosto de 2010

Mi día comienza como a las 11

En esta casa poblada de extraños, de ruidos familiares, trifulcas caseras y remilgos de una solterona asalariada, mi día empieza tarde, libre ya de la letanía del hospital y del pulular de la gente. Extraño la caída del sol en mi hemisferio, y no por ese toque romántico que toman las luces de infinitos matices que iluminan las nubes bermejas que a veces dejan escapar un rayo rectilíneo que hace una alfombra de luz al magnifico trono del sol que lánguido del hastío de soportarnos se esconde en el horizonte; sino por que anochece más pronto.
Existe un pacto entre la oscuridad y yo, un pacto lleno de secretos, de furtivas lágrimas, de sonrisas absurdas y susurros aviesos, ella me responde con enigmáticos murmullos y con elocuentes silencios. Largos silencios en los que Luder oía el latido del corazón del tiempo, en los que oigo las voces de mis recuerdos, del las que huyo para no sucumbir a la nostalgia.
La noche cómplice, colmada de íntimos placeres, momentos en los que entra el rigor el pacto de no violencia entre mi soledad y yo, y me hago uno con el mundo, que sin nosotros puede ser un lugar hermoso... y aún con nosotros.
Se oye el canto del mar Cantábrico y el sutil murmullo del viento del este, que a ratos se perturba por un auto norctámbulo o el caminar descompasado del un borracho, que vomita sus entrañas extasiado de tanta belleza. El cielo me recuerda a Lima en lo mezquino, mostrado escuetas mercancías de estrellas y lunas amarillas por el capricho del cielo, lunas que parecen pinceladas por Dalí para que dos criaturas absurdas hagan el amor en un despeñadero.
El día y en verano es insoportablemente previsible, siempre intentando parecerse a algo, algo sacado de revistas de contenido cero para gente de contenido cero. Cuerpos perfectos que no reparan en el brutal esfuerzo que les demanda ser tan ordinarios. La gente reunida en bares repletos, sin espacio para las sombras que se esconden bajo las mesas. Charlas vacías como la palabra de un mimo que trata de vestirse de bufón, de mujer fatal, o de comentarista deportivo, pero no deja de ser mimo.
Tras el final del crepúsculo, en cambio, reina el secreto y la incertidumbre, las sombras salen de sus escondrijos y danzan al compás del reflejo de la luna transfigurada entre el mar y los escollos, hacen pausas al remanso de los faroles a media luz y cantan canciones de amor a las piedras, al mar y al recuerdo.

sábado, 7 de agosto de 2010

SERUMS

Hace algunos años me fui de mi Trujillo de toda la vida al darme cuenta que el mejor trabajo para un recién egresado que había de momento estaba en cadenas de herbolarios sin escrúpulos que se valían de noveles galenos para publicitar y validar sus productos. Tras ser despedido de uno de estos sitios por recetar medicina real y no salir sorteado para un Servicio Rural y Urbano Marginal de Salud (SERUMS) pagado, decidí aventurarme en la capital. Planeaba trabajar y a la vez hacer este requerimiento  (porque si deseas trabajar en el sector público, parte del sector privado, solicitar alguna beca o presentarte a una especialidad, es prerequicito; pero por si acaso es voluntario). Conseguí un modesto trabajo haciendo guardias en una clínica cerca a la posta de salud que se me asignó en otro sorteo.
A mi arribo a la posta sentí que se me abrieron las puertas del paraíso, sonrisas y apretones de mano, jefe joven, coordinadora de SERUMS maternal, pero la verdad era otra.
El jefe era un gordo zángano, repulsivo y pedestre, quien accedió a ese puesto probablemente gracias a alguna prebenda política. Su día comenzaba un par de hora después del resto con un buen desayuno que engullía con bestial avidez en un consultrio mientras yo batallaba con una ristra interminable de pacientes acostumbrados a recibir antibióticos para cualquier diarrea o resfriado por un médico que bien podría ser suplido con un surtidor de recetas o un con dispensador de medicamentos. Gustaba de maltratar al personal y ladrar las órdenes; déspota y grosero, y con conocimiento médico que no desentonaba con el resto de sus cualidades.
Y era el jefe.
Solicite en la red a la maternal coordinadora de SERUMS cambio de sede. Me pidió paciencia y tolerancia, que ella iba a hablar con el jefe. En ese momento no pude imaginarme que en ese submundo de mediocridad existían turbias amistades y siniestras alianzas; en esa madriguera de alimañas se transgreden las leyes de la física y los polos iguales se atraen. Este par eran amigos, así que me termine de joder la vida. Cuando lo recuerdo en retrospectiva pienso que debí aducir en mi solicitud de cambio de sede hostigamiento sexual.
Así que estaba acorralado, con una carga laboral enorme, sin salario, y con crecientes necesidades.
Hubo un final feliz? Pues no precisamente, me fui acostumbrando más bien. Mi natural rebeldía originó un clima de tensión permanente con el jefe, así que marcamos territorios (cada cual meó en la puerta de su consultorio).
Y así se pasaban los días, el jefe horadando el asiento con sus desproporcionadas nalgas y yo domesticando a mi población que se iba convenciendo de la poca necesidad de utilizar medicación para enfermedades autolimitadas, a decir verdad no fue muy dificil ganarme la confianza de esa gente tan acostumbrada a recibir tan poco.
Hasta que, en una noche de guardia en la clínica que solventaba mi alimentación, la tierra comenzó a temblar. Yo fiel a mi pereza le comente a una amiga mía técnica de laboratorio, risueña como un hiena, que ya pasará; y no pasaba; se hacía más fuerte y me hacía perder el equilibrio. Vi a muchos moribundos levantarse cual Lázaros, arrancarse las vías y bajar a saltos las escalinatas, vi a mi amiga llorar rogando por la vida de sus hijos, y me vi a mi mismo impávido con apenas iniciativa para sacar a mi amiga en shock hacia el patio exterior ornado de triboluminiscencias y de gente segura de estar presenciando el fin del mundo.
Cesó el tremor y con este la histeria. La gente corría al teléfono para preguntar por seres queridos y demás, todo el recinto en pie. Otra historia.
Al siguiente día dudé en acudir a mi puesto en la posta donde sobrellevava el SERUMS, pero fui. Todo el personal acudió timorato a sus puestos de trabajo, todo en pie. Escaso flujo de pacientes ese día, la mayoría prefirió quedarse en casa protegiendo a sus cachorros.
Alguien brilló por su ausencia con motivos que sacaron aún más lustre a su infamia. El jefe no fue (a pesar de haberse decretado estado de emergencia) porque anduvo por ahí marchando en un paro médico escasamente concurrido. Que hijísimo de puta, y que me perdonen las putas.
Solicité permiso en la red de salud para ir de voluntario al la derruida cuidad de Pisco, donde fue el epicentro de siniestro, me dijeron amablemente: no nos llames, nosotros te llamamos. Luego me enteré que a estos "eventos" eran únicamente invitados una élite de allegados porque les significaban una suculentas lineas curriculares y horas de experiencia en manejo de desastres. Me presenté como voluntario en otra institución y pedí permiso al jefe de la posta y a mi coordinadora. Me negaron el permiso.
La cosa es que me fui, ya que por primera vez vi un atisbo de satisfacción en esta carrera ingrata hasta entonces.
Lo que vi y lo que hice por esas tierras estragadas haría interminable el relato, así que solo diré que volví a puesto satisfecho y sonriente 10 días después.
Me presenté al jefe del puesto con el prolegomeno de que estaba absolutamente dispuesto a recibir cualquier sanción correspondiente sin atisbo de contrición, a lo que me respondió que no me preocupe, que iba a hacer lo que estuviera en sus manos para evitarme represalia alguna por parte de la red y que en el futuro debía ser más cauto. Lo sentía algo apocado por alguna recóndita vergüenza, de saberse sucumbido y asimilado a un sistema nefasto, y sentirse cómodo y adaptado en su seno.
Desde luego, con la inocencia ya como un tema anecdótico, sabía yo de antemano que la red ni siquiera se molestaría en enterarse de mi ausencia, que a mi coordinadora le era más cómodo ignorarme y que cualquier sanción partiría del compungido jefe, quien por cierto, y dudando de sus intenciones solidarias, no le haría ninguna gracia suspenderme y obligarse a hacer su trabajo solo.
Terminé este servicio meses después con la renuncia del jefe de la posta, con un nuevo médico jefe quien enterado de mi carácter hostil y subversivo tuvo a bien firmarme de inmediato todos los papeles de término de SERUMS, incluido el informe final donde descargue toda mi cizaña y bilis contenida, que por cierto no leyó ni el ni nadie y debe ahora ocupar un honroso lugar entre otros documentos protocolares empolvados y encajonados en oficinas evitadas por asmáticos y personal de limpieza.
Estoy seguro que lo que plasmé en esas paginas servirá de algo, por lo menos las polillitas tendrán qué comer.


Inspirado en la catársis de una amiga: http://blancamara.blogspot.com/

martes, 3 de agosto de 2010

Incertidumbre

Las cosas se tambalean por este lado del globo. Los inmigrantes somos un pujante y amenazador peligro para el cómodo clima de bienestar español. Llegamos en su mayoría para hacer lo que ellos no quieren, pero tras la crisis absolutamente previsible de un país que avanza tres décadas detrás de Europa pero con pretensiones de ponerse a la altura del vecindario rico, ya pocos son los trabajos indeseados.
Poco a poco el sistema laboral que en su momento abrió las puertas a la inmigración, pone condiciones abusivas para quien se busque el pan sin documento en mano, pone a esta pobre gente la altura de un criminal y lo despoja varios de sus derechos elementales.
La atávica servidumbre hacia norteamérica pone, del mismo modo, en tela de juicio como buena opción regresar a la tierra madre (muchas veces madre desnaturalizada). La escrita escala social, que es más empinada cuanto más abajo te encuentres, deja a la mayoría sin elección, o finalmente y frente a tanta incertidumbre, abandonándose a la circunstancias y encadenándose a la cordura con un rosario.
En Madrid vi una africano durmiendo en la calle y mendigando por comida (o por un trago u otra cosita), hablaba un francés fluido, y un ingles correcto con un acento que no se identificar. En su país o en el mio podría ser un maestro o un empleado o un comerciante, pero tras dejar su tierra quizá rica en diamantes, en oro o en otro mineral no menos valioso, esta mendigando, arrastrándose por un pan en un continente que con seguridad esquilmó, ultrajó y abandonó al suyo a su suerte, una suerte que nunca fue mucha.
En el metro es cada vez menos la gente que sonríe, la gente que se mira a la cara. Todos nos evitamos, por miedo, vergüenza, asco, que se yo. De anden en anden todo es lo mismo. Muchas razas, muchos idiomas, muchos dialectos buscando y buscando, pocos encuentran.
Cual es la hora de tomar partido, cual es la hora de dejar de ser indiferente. De alzarse al monte con una mula y con un puñado de principios y dejar esta cómoda precariedad.