domingo, 19 de junio de 2011

Suerte ¿?

Llegue presuroso, culminadas mis labores matutinas en consultorio y antes de mi penúltima guardia, a la oficina de extranjería para firmar y poner mi huella digital, no habiendo leído todo el documento de citación, donde además me pedían las fotografías y el pago de un importe.
Luego de ser expectorado por una amable funcionaria burócrata, pagué dicho importe en el banco y, ya que ese día por la mañana extrañamente no hubo agua caliente en casa y llevaba a cuestas todos mis implementos de aseo personal para acicalarme en el hospital, regrese al departamento para ponerme presentable en la foto de mi documento renovado.
Ya había agua caliente.
Impecablemente vestido de la cintura hacia arriba (más que suficiente para una foto tamaño pasaporte), me apresuré a abordar una de esas cabinas fotográficas automáticas que suelen tener mejores aptitudes artísticas y mayor refinamiento que los fotógrafos de estudio. Estaba ocupada, así que tuve que esperar un poco. A los pocos minutos se acercó a la cabina un tipo menudo, barbado y de lentes oscuros, a quien de inmediato ponderé como para sacarlo a puntapiés si me adelantaba en el turno. Sin embargo, él me dijo cortésmente que era el técnico encargado de dicho aparatejo y que lo tendría a punto en segundos. Y en efecto, luego de mil docientos segundo que demoró su revisión se tomó una foto de prueba y se aprestó a retirarse. Me acerqué con una granputeada entre dientes cuando aquel tipo me dijo que solo presione el botón verde, que las fotos iban de cortesía por la espera, yo por supuesto agradecí.
Arribé nuevamente a la oficina de extranjería; estaba plagada de gente y yo absolutamente fuera de mi horario de cita. Llegado mi turno me senté frente a otra alegre funcionaria quien miraba pasmada la turba multicolor de rumanos, moldavos, colombianos, norafricanos, chinos, dominicanos, ecuatorianos y peruanos hacinados en la sala de espera que acudían para regularizar su situación parasitaria dentro de un sistema en bancarrota.
Apenas digitado mi nombre el sistema informático colapsó, la sonrisa de la funcionaria se borró e hizo lo que todo burócrata que se respete haría en dicha situación: repetir invariablemente un mismo proceso una y otra vez esperando que las respuesta del sistema sea distinta en algún momento. Ver el obstinamiento con el que apretaba una sola tecla de su teclado creyendo quizá que así aceleraría el procesamiento de datos me recordaba a los hamsters en una noria o a un perro persiguiéndose la cola.
Finalmente y luego que citar en otra fecha a algunos desafortunados, el sistema volvió a funcionar. Firmados los papeles y colocada la huella me citaron en un mes y medio para recoger mi documento. Nadie se percató en la barahúnda de mis 3 horas de restraso a la citación.
Me fui rumbo al hospital, tuve tiempo suficiente para almorzar y hacer una breve siesta en el cuarto de residentes.
Pudo ser un día horrible ese jueves, dependiendo la perspectiva del observador.

Hoy decidí ser optimista.


2 comentarios:

  1. Vale la pena serlo de cuando en cuando... para no perder la costumbre.

    Saludos de Daniel y míos.

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  2. Al hacer una cola de seguro al final tendré una respuesta , del caño de casa no es descabellado que salga agua caliente, cruzando el charco tengo un amigo al que algún día visitaré ,a menudo me siento canalla al ser pesimista,pero si la realidad suele aplastar cualquier animo buenhumorado.

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