La soledad
Me gusta tener amigos. Disfruto de buena compañía. El
problema radica en las definiciones.
Tengo una famélica capacidad para socializar. En mi nueva
rotación, donde alterno con enfermeras, técnicas y camilleros, claro, y
coleguillas a quienes apenas conozco, me siento abrumado. Quiero hablar con
ellos, pero no tengo idea de que. Es evidente que ellos no se interesan mucho
en hablar conmigo. Nadie trata de desarrollar un tema que rebase ínfimamente en
la cotidianidad, y su cotidianidad no es la mía. Llegó una nueva médico, una
rubia al pomo algo envejecida que me resulta infumable de lo agria y estúpida. La
opinión del resto, sin embargo, difiere polarmente de la mía. Aparece y con enorme
facilidad, se mezcla con el entorno que la acoge en su seno con una pasmosa
naturalidad.
No es que yo esté mal, es que la situación es así. Ya está.
No puedo hablar de cosas en las que jamás pienso, ni en la fiesta de la niña…
es que ni recuerdo más ejemplos. Y ese abismo que me separa de mis semejantes y
me asila me genera tristeza. Me gusta estar solo la mayoría del tiempo, pero no
me gusta sentirme aislado.
Tengo que sonreír más? Tengo que interesarme en los detalles
cotidianos mezquinos de la gente? No lo se. Pero no me gusta la idea.
Es fatigante el solo hecho de encarar el problema en
su minúscula dimensión, y saber que es una piedra con la que me vengo
tropezando desde que tengo uso de razón.