Cae la tarde en otoño en madrid y el cielo es gris, un gris sucio de una tristeza sordida, de malos deseos de amores mal amados, es un domo denso a punto de romperse en llanto, un cielo solo para guarecerse. Garúa una fina salpicadera que me recuerda a Lima, gente camina, se moja y habla. Yo sonrrio en complicidad con mi amigo y nos confundimos dentro de ese denso amasijo de gente.
Me siento blindado a la tristeza de la tarde que se abandona a una noche fria maquillada de vida por la luz indirecta de postes y linternas, en el Maestro Churrero una negra de inequivoco acento colobiano obesa y sonrriente nos sirve tazas de chocolate y nos toma una foto mal enfocada, se ofrece a tomar otra que es aún peor, pero la sonrriza acogedora con la que nos atiende compensa lo demás.
Tarde de risas y confidencias, de alegres procacidades de dos sudacas solitarios recordando la casa y a los amores que se quedaron al cruzar el mar, el me cuenta quines lo esperan, yo le comento que ella no cree cuanto la extraño, pero la risa ahuyenta la nostalgia, y la noche sonrrie maquillada de farolas.
En el metro alguien toda el acodeón y sus notas se mezclan con el sonido del bagón, y es como si la cuidad cantase una tonada alegre ahi bajo tierra donde se desliza el metro y donde la gente se gurece del frío, un cantar urbano al que casi todos son indiferentes, Para mi es simplemente hermoso.