domingo, 18 de septiembre de 2011

Te encantalá


Hay algo que pienso a veces en mis momentos de lucidez. Si en una escuela primaria extraterrestre la señorita Zoilberg les pide a los pequeños alienígenas que dibujen un humano, estos definitivamente dibujarán un Chino (salvo los despistaditos o los muy listos que dibujarán un perro o un gusano).
Y es que a pesar que, dependiendo donde hayamos nacido o vivido la mayor parte de nuestra vida, creamos que el fenotipo habitual de la especie corresponde a esta gente, pues no, los humanos son, es su mayoría, chinos.
Hace algunas décadas, los inmigrantes chinos estaban confinados a guetos y locaciones específicas; incluso sus oficios y profesiones eran predecibles. Los chinos llegaban para poner un chifa (así se les llama a los restaurantes de comida china en el Perú), una ferretería o una tienda de abarrotes, y no les era infrecuente tener un médico en la familia. Sin embargo, la inclemencia del trabajo de esclavo en que se basa el boom económico Chino, ha ido masificando la emigración, así como el florecimiento económico de los inmigrantes de antaño que les permitió acceder a todo círculo social y a toda una nueva gama de oficios y profesiones, a las que supongo deben haber accedido para evitar competir con sus congéneres, habituados al trabajo excesivo e inmisericorde. Y es así que, por aquí en tierras ibéricas, si es muy temprano o muy tarde, sábado, domingo o fiesta de guardar donde la totalidad de los comercios locales están cerrados, las emergencias domésticas son trabajo para "el chino".
Hace un par de meses estuve en busca de una peluquería. No me gusta cortarme el pelo, es una de las muchas cosas que detesto hacer, pero ya estaba bastante impresentable, tal así que en una ocasión intentaron ofrecerme limosna. Yo, indignadísimo, tomé la limosna y partí en busca de una peluquería.
Como lo mejor que se pude hacer en estos trances amargos es terminarlos pronto, entré en la primera peluquería que se me cruzó. No fue poca mi sorpresa cuando en vez de travestidos mal afeitados y sobremaquillados, o dominicanas con sobrepeso bamboleando sus mofletes al vibrante son del reguetón más carcelario, vi a unas chinas.
Los chinos de aquí no son como tu amigo "el chino" que es más criollo que el Sambo Cavero, son gente reservada que apenas si hablan castellano y con quienes crees que te estas comunicando cuando en realidad solo están pendientes de que entiendas el precio de sus productos y que no te robes nada.
La cosa es que antes que salga de mi asombro una chinita me tomó del brazo y me condujo a un asiento al que accedí dócilmente. Me preguntó como quería el corte; yo, como es habitual en estas situaciones, no tenía idea, así que solo atiné a decirle que no muy corto.
Y fue cuando la oriental en cuestión hizo algo me que dejó pasmado: me cortó en pelo mirándome la cabeza en todo momento. Si, se concentró en su trabajo y hasta dio la impresión que procuraba darle trato personalizado a cada pelo. Nada de pasársela chismorreando con el marica del costado, ni rumiando la canción que suene por la radio. Calladita terminó su trabajo y me dijo con dulzura: que timpático! a la vez que me mostraba su trabajo en el espejo.
La cuestión es que fueros muchas las ventajas: me atendieron pronto, no tuve que soplarme las insoportables conversaciones de peluquería, no me taladraron los oídos poniéndome reguetón, bachata o cualquiera de esos subgéneros tropicales indigeribles, me cobraron menos de lo usual y me regalaron un caramelo de cortesía. Al final salí apenas insatisfecho de la peluquería, lo cual es un saldo notablemente positivo para después de cortarme el cabello, porque, como mencioné hace un rato, no me gusta cortarme el pelo.